domingo, 28 de abril de 2013

DIÁLOGO CON LAS SOMBRAS





DIÁLOGO CON LAS SOMBRAS


(Noche de luna y de cielo estrellado. El señor Brecht se encuentra sentado en una perezosa, en una casa de campo. Bebe tranquilamente una copa de vino).


Señor Brecht
Estrellas, luna, silencio: de vez en cuando un grillo que estridula.  ¡Ah!. Bella noche ésta.

Bertold
(Aparece y se detiene al pie de un árbol. Sólo se escucha su voz)

¿Y a eso llamas vida?

Señor Brecht
¿Quién eres?

Bertold
Eso no tiene importancia. Lo importante es tu desgano, ese conformismo insano que te lleva a ver la luna y las estrellas, a extasiarte en ellas mientras niños y hombres, ancianos y mujeres arrastran sus cuerpos entre la ácida hierba.

Señor Brecht
Las estrellas nos hacen recordar, cada noche, nuestros ideales; quizá algunos de ellos nunca los logremos, pero nos guían por los caminos que nos llevan hacia ellos. Ahí está Goethe y está Schiller...

Bertold
Deja a los muertos.

Señor Brecht
¿Quién eres?

Bertold
Tú sombra

Señor Brecht
No veo sol alguno

Bertold
El sol es sólo para los que luchan

Señor Brecht
¿Y entonces?

Bertold
La luna

Señor Brecht
¡Ah!, entiendo

Bertold
Está mejor así

Señor Brecht
¡Sospecho!

Bertold
Te escucho...

Señor Brecht
Sí, mucho... Te escucho.

Bertold
No, de donde vengo ya no se agrietan los labios, ni se seca la piel, ni se enronca la voz... Te escucho.

Señor Brecht
¿Quizá, comer algo?

Bertold
No, ya el pan no es necesario para alimentar el cuerpo cuando de él sólo quedan sombras.

Señor Brecht
¿Eres una sombra?

Bertold
Eres como ellos. “Ninguna respuesta hay para vuestra pregunta”.

Señor Brecht
Ya voy entendiendo.

Bertold
Creíste que te librarías de tus sospechas

Señor Brecht
¿Es que también pasarás el tiempo entre las sombras como lo pasaste en la tierra?

Bertold
Para hombres como yo las batallas nunca terminan.

Señor Brecht
¡Ah! ¿Eres un hombre?

Bertold
A mí no pudieron quemarme

Señor Brecht
¿Y entonces?

Bertold
A mí no me arrancaron el alma, ni minaron mi espíritu. Si sigo deambulando entre la noche de las noches, como una sombra, buscando a quien contarle mis ilusiones y mis esperanzas, es porque me quitaron mi patria y mi identidad.

Señor Brecht
Sí, lo sé. ¿Perseveras?

Bertold
Siempre. Tú, que sabes de mí, sabias que no comparto la sabiduría de los viejos libros.

Señor Brecht
Por eso no quieres comer ni beber

Bertold
Si tienes pan, busca un hambriento; si tienes agua encontraras un sediento.

Señor Brecht
¿Y si tengo una pluma?

Bertold
Entonces úsala.

Señor Brecht
¿Es que no hay descanso de donde vienes?

Bertold
Para espíritus como el mío nunca.

Señor Brecht
¿Es que acaso no existe la paz?

Bertold
Aún la busco entre las guerras y los hombres.

Señor Brecht
Más ahora en que los campesinos se han fortalecido y los bueyes se han debilitado.

Bertold
Ya nos vamos entendiendo. También una sombra tiene una identidad.

Ya no hay… ¿Quién eres?

Señor Brecht
Hasta un niño podría comprender la sociedad en que navega.

Bertold
Eres astuto. Ya nos vamos entendiendo.

 Señor Brecht
Leído, diría yo. Eres inmortal. Te has metamorfoseado en libros.

Bertold
Los libros son inútiles para la guerra. Se ha escrito por millones y el hombre no ha cambiado, y si lo ha hecho, es para ir contra la corriente.

Señor Brecht
La lectura nos cambia

Bertold
Pero… parece que tú no.

Señor Brecht
Eso es muy duro de tu parte. No tengo nada que reprocharme.

Bertold
Estrellas vacilantes como tú no cambian. Es extraño que un hombre de talento permanezca entre las sombras.

Señor Brecht
Sigues siendo duro...

Bertold
El talento... algo raro en estos tiempos y el espíritu de lucha... más aún.

Señor Brecht
También te diste tiempo para amar.

Bertold
Muy poco, fugaces como un beso. La atención y la reflexión, como el amor, requieren tiempo. Ni el sueño era bueno.  Pobre H. Weigel.

El señor Brecht enciende un cigarrillo.

Bertold
El mismo fuego que quemó al nolano

Señor Brecht
Actus me invito factus, non est meus actus.

Bertold
Eso díselo a tu confesor

Señor Brecht
A mí mismo, entonces.

Se escuchan unas voces. ¿Quiénes son?

Bertold
Los niños de la cruzada

Señor Brecht
¡Ah! Los recuerdo. Aún están ahí.

¿Tendrán hambre? Tengo suficiente alimento aquí adentro para ellos.

Bertold
Ya no lo necesitan. ¿Tienes fe y esperanza para darles?

Señor Brecht
Eres duro como una roca

Bertold
La vida con sus miserias y sus injusticias te moldea así ¡Cuánto silencio hay en tu pecho!

 Una pausa. El Señor Brecht toma un sorbo de vino y enciende otro cigarrillo.

Señor Brecht
Sus canticos se escuchan más fuertes, pero no los veo.

Bertold
Ni con los ojos cerrados los verás. Avanzan con el viento, entre fango de tierra, agua y sangre.

 Señor Brecht
¿Ya no buscan a sus padres?

Bertold
No, han perdido su ingenuidad. Sólo buscan paz. Los sigue una nieve de cenizas.

Señor Brecht
Llévales unas flores, eso los alegraría.

Bertold
No han conocido la primavera. Las flores sólo las han visto sobre las tumbas.

Señor Brecht
El tambor, ahora se escucha el tambor.

Bertold
Ya nada los delata, ni su voz, ni sus gritos, ni su hambre, no los muertos que enterraron con sus manos. Los esbirros han perdido ya sus huellas.

Se escucha un ladrido, primero lejano, después más cerca, muy cerca.

Señor Brecht
Ahí está aún

Bertold
¿Quién?

Señor Brecht
El perro, ¿no los escuchas?

Bertold
Sí. Valeroso animal. Aún lleva atado en el cuello ese cartel raído. Tampoco él pierde las esperanzas.

Señor Brecht
¡Qué animal más noble!

Bertold
Si todos fuéramos perros heredaríamos su nobleza.

El cántico se hace más fuerte y el perro ladra con más intensidad.

Señor Brecht
Se escuchan pasos, alguien entre la maleza, ¿los ves?

La sombra al pie del árbol se ha ido.

Señor Brecht
Entiendo. No marchas junto a ellos.

Tal vez sólo en tus sueños o en tus pesadillas.

Un niño aparece junto a una niña a quien lleva de la mano. La niña luce un traje sucio y raído. En su mano libre tiene un pequeño oso de estopilla.

El niño viste pantalones cortos y una camisa blanca veteada de tierra y sangre. Lleva un tambor atado a una cuerda que pende de su cuello. El señor Brecht toma unas rosas y unos claveles que hay en un jardín con la intención de ofrecérselas a la niña.

Niño
¿Tiene usted una tumba adentro?

Pausa. El señor Brecht mira hacia la casa y coloca nuevamente las flores en el jarrón.

Señor Brecht
¿Puedo ofrecerles algo? No sé, pan, agua, dulces, qué se yo.

Los niños niegan con la cabeza.

Señor Brecht
¿De dónde vienen?

Niño
De enterrar a un hombre. Uno de esos que llaman soldado. Lo encontramos en un camino hace unos días, tenía una herida muy grande y mucha fiebre. Cargamos con él un gran trecho, pero se nos murió. Hicimos lo que hacen los hombres, lo pusimos bajo tierra, pero no encontramos flores para su tumba.

Señor Brecht
¿Pusieron una cruz sobre ella?

Niño
No, qué sentido tendría. Clavamos su fusil sobre la tierra húmeda.

Señor Brecht
¿Cuántos niños hay con ustedes?

Niño
Éramos muchos, por los caminos se nos fueron uniendo muchos más; muchos lloraban, buscaban desesperados a sus padres. Otros, los más pequeños, estaban aterrados por el sonido de las bombas, por el fuego de las aldeas arrasadas. Muchos decidieron quedarse a morir en los caminos, pero la muerte no los quiso y tuvimos que llevárnoslos. (Señalando a la niña). Ella es madre de tres de ellos. Yo soy padre de otros tantos.

Señor Brecht
¿Cuánto tiempo llevan caminando?

El niño mira al firmamento.

Señor Brecht
Muchos por lo que veo.

El señor Brecht mira hacia el árbol como buscando a la sombra.

Señor Brecht (frotándose las manos)
No sé qué decir, ni que ofrecerles.

Niño
Siempre las palabra de ustedes llegan tarde y, cuando llegan, son sólo eso, palabras.

Señor Brecht (desconsolado)
Tienes razón. No pudieron escapar a los tiempos sombríos. También han sufrido lo que no debieron sufrir. Conocieron la bajeza y la injusticia.
No les preparamos el camino para ser amables, por ello no podremos esperar que sean indulgentes con nosotros.

Una ventisca con cenizas comienza a caer lentamente.

Niño
Debemos irnos.

Señor Brecht
Esperen, les daré algo para que lleven.

Qué se yo, pan, agua, mantas, medicinas, dulces (titubeando) sí dulces, a los niños pequeños los ilusionan los dulces; esperen, sólo unos minutos, no demoro.

Entra en la casa. A los pocos minutos sale llevando una bolsa muy pesada. Los niños se han marchado.

Señor Brecht (afligido)
Se han marchado.

Bertold (desde el árbol, siempre oculto)
Sí, se han marchado. Siguen su camino y la nieve de cenizas va tras ellos.

Señor Brecht
Y tú tras ella; siempre detrás.

Pausa. Se vuelve a escuchar los canticos y los ladridos del perro. El tambor repiquetea marcando el compás.

Señor Brecht
Se alejan…

Bertold
Sí.

Las voces se hacen más débiles, el perro ha dejado de ladrar y el tambor casi no se percibe.

Señor Brecht
¿A dónde van?

Bertold
En busca de su quimera. Donde se nace y se muere con uno mismo.

Señor Brecht
¿La guerra?

Bertold
Sí.

Señor Brecht
La eterna paradoja.

Bertold
Sí. La paz sólo llegará con la guerra.

(Vase)

EL GATO BOTINES





¡Bueno días! Señor Búho,
dijo el gato Botines.
¿Dónde va usted tan temprano
con tantos maletines?

¡Ay!, mi querido amigo,
te imaginas a mi edad
tener que cargar con esto,
como si no fuera ya bastante
los achaques que van conmigo.

Déjeme ayudarlo, Señor Búho,
pues vamos por la misma ruta,
y no hay nada
que me agrade más
que hacer el bien a los demás

Y así fueron andando
el pobre búho achacoso
y aquel gato generoso.

Y aquella carga tan pesada
 hasta el molino el gato
tuvo que llevar.


¡Uf! qué cansancio,
será mejor buscar
un sitio donde descansar.

Y junto a un tronco añoso
libró sus pies de los botines
aquel gato bondadoso.

Y mientras el Hada de los Sueños
a nuestro amigo mecía
entre sus brazos,
cerca allí, tres ratoncitos
pequeños jugaban
alegremente por el prado.

Cuando el sol
con sus rayos dorados calentaba
fuertemente,
el gato Botines comenzó
a despertarse lentamente.

-          Bien, después de tan
agradable descanso,
es hora de seguir andando,
dijo el gato ya despierto.


Pero lejos estaba el gato
de imaginar que sus hermosos
botines habían desaparecido.


Alarmado, Botines corrió
de una lado a otro
en busca de su calzado.


Y así se quedó llorando
el pobre gato Botines
triste y desconsolado.


Al cabo de un momento,
grande fue su sorpresa
al ver que sus botines
caminaban solos por la hierba.


¡Ajá!... Los tres ratoncitos
traviesos se habían apoderado
de aquellos botines tan
apreciados


Sin perder un minuto siquiera,
el gato Botines se lanzó
sobre aquellos intrusos roedores
capturándolos al instante.
Molesto por lo que le habían
hecho, introdujo a los
pequeños ratoncitos en una
bolsa de cuero.


Y corrió el gato hasta el lago,
muy molesto, molestísimo,
por lo que le habían hecho.


Y cuando estaba a punto
de ahogarlos, surgió
 el Hada de los Sueños
quien le dijo severamente:

-          ¡No, no hagas eso
gato Botines.
Tú no eres un gato malo!


Y el gato agachó la cabeza
y sus ojos lagrimosos
se llenaron de tristeza.


Botines se quejó con el Hada
por el hecho de que aquellos
bribonzuelos lo molestaban
constantemente.


Fue entonces que el Hada de los
 Sueños tomó a los tres ratoncitos
por la cola y, tocándolos
suavemente con su varita,
dijo cariñosamente:

-          Dubari, dubari, dubaridú
que estos tres ratoncitos
se vuelvan dulces angelitos.


Botines se quedó asombrado
al ver que aquellos ratoncitos
se habían convertido en tres
hermosos angelitos.

Los angelitos volaron
alrededor del gato,
y con sus bigotes jugaron
gran parte del rato.

Desde ese día el gato Botines
se sintió tranquilo,
pues, ya no hubo ratoncitos
que lo molestaran,
sino tres dulces angelitos
blancos que lo acariciaban.


Iquitos, enero de 1995.