domingo, 28 de abril de 2013

EL ZORRO JULITO






-  Julito, Julito, levántate ya sino vas a llegar tarde al colegio.

La abuelita de Zorro Julito llevaba más de una hora tratando que su nieto se levantara, pero éste parecía que se había pegado en las sábanas.

Camino a su colegio, el zorro Julito pasó por un gallinero donde vio unas hermosas gallinas, todas gorditas.

El zorro Julito se había quedado leyendo un libro hasta muy tarde, por eso le había costado mucho levantarse.

-  Les sacaré algunas plumas para escuchar cómo chillan, dijo riéndose.

Vaya forma de divertirse la de este zorrito, que ya desde pequeño aprende a ser malito.

Pero cuando el zorro Julito se disponía a desplumar a las pobres gallinitas, una voz que venía del cielo lo detuvo:

¡Zooorro Julito!

¡Zooorro Julito!

Asombrado y asustado, nuestro pequeño amigo se quedó mirando al cielo con los ojos muy abiertos y las orejas muy paradas.

Y la voz prosiguió:

 ¿Qué haces zorro Julito? ¿Te parece correcto que en vez de ir al colegio, pierdas tu tiempo molestando a las pobres gallinas que nada te han hecho?

-  ¿Recuerdas la deliciosa tortilla de huevos que tu abuelita te preparó esta mañana? Son ellas, las gallinas que pretendías desplumar, quienes ponen cada mañana esos deliciosos huevos.

Y después de ocurrido esto, el zorro Julito se marchó al colegio bastante molesto.

Ya en la escuela, a la hora del recreo, el zorro Julito se puso al pelear con un niño más pequeño que él.

El pobre niño estaba muy asustado, pues, sabía que en aquella pelean tan desigual, llevaría la peor parte.

Pero cuando el zorro Julito se preparaba a darle una paliza a aquel pequeñito, aquella voz misteriosa que venía del cielo, se escuchó otra vez:

¡Zooorro Julito!

¡Zooorro Julito!

Nuestro zorrito amigo miró hacia arriba buscando al autor de aquella extraña voz.

El niño pequeño aprovechó el descuido, y lanzó un puñete que dio en la nariz del zorro Julito, el cual cayó al suelo como un paquete.

- No debes pelear con otros niños, zorro Julito. Pues, pelear no es bueno. Por el contrario, trata siempre de hacer el bien a los demás y de ser amigo de todos.

Dicho esto la voz desapareció.

Aquella noche a la hora de dormir, el zorro Julito se sobaba la nariz.

Y así transcurrieron los días del año, y sin que el zorro Julito se diera cuenta, el Sol fue saliendo y llegó el verano.

Y el zorro Julito se compró un helado, todito de fresa, todito rosado.

¿Y qué fue de la voz que venía del cielo?...

Ya el zorro Julito se había olvidado.

Cierto día, el zorro Julito encontró en su camino a una vieja tortuga, sin perder tiempo, se subió sobre ella para que lo llevara.

Pobre tortuga, cómo sufría por causa de aquel bribón, que sin piedad alguna se posaba sobre su caparazón.

Pero en aquel momento de gran sufrimiento para la pobre tortuga, volvió a sonar la voz misteriosa que venía del cielo; pero ahora era más fuerte, más enérgica, más contundente.

¡Zorro Julito! ¡Zorro Julito!

Nuestro pequeño amigo pegó un salto por el susto, y la pobre tortuga huyó como un rayo.
Antes que la voz pudiera proseguir, el zorro Julito dijo enfurecido:

- ¿Quién eres, por qué me molestas, por qué no me dejas en paz? Nada te he hecho para que me persigas a todos los lados.

- No, zorro Julito, eso no es posible, respondió la voz. Debes saber que soy la voz de tu conciencia y que vivo dentro de ti.

Debo cuidar que no hagas daño a nadie. ¿Te imaginas lo difícil que es para mí estar todo el día atenta a todo lo que haces para evitar que vayas por el mal camino?

¡Ay!, zorro Julito, si supieras cuánto deseo vivir tranquila dentro de ti. Pero sólo será posible cuando oiga de tus labios decir de corazón: <<Estoy con mi conciencia tranquila>>.

Y la voz desapareció.

Y no fue necesario ya esa voz en el cielo, pues, aquel zorrito temerario se fue volviendo bueno.

Y llegó un día, en que el zorro Julito encontró en la calle una billetera llena de dinero.

Al pasar frente a un viejecito pordiosero, el zorro Julito le dio el dinero.

Luego le dijo:

- Tenga este dinero, buen hombre. Úselo para alimentarse y comprarse ropa nueva.

El anciano le agradeció aquel gesto generoso y, tomándole la patita, le contestó:

-  Zorro Julito, soy yo, ¿no reconoces mi voz? Soy la voz de tu conciencia.

Te he puesto a prueba y veo que has cambiado. Ahora puedo estar tranquila. Recuerda que siempre estaré cerca de tu corazón para cuando me necesites.

Nunca olvides que mientras yo no salga de ti, podrás vivir tranquilo.

Y así abrazadito como dos hermanitos, se fueron caminando por el mundo, el zorro Julito y la voz de su conciencia.

Barranca, marzo de 1995.

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